8.17.2015

“LAS TROPAS NO DOMINAN MÁS QUE EL TERRENO QUE PISAN”

Siempre me ha gustado aprovechar las efemérides patrias para reforzar su conocimiento con hondura y dar con un pretexto pertinente para releer material histórico que busca justificar su presencia, más allá de una primera lectura, en los tramos bibliográficos.

Y es por ello que leyendo y consultando entre libros, conferencias, cartas y artículos sobre la Guerra de la Restauración, me he topado, quizá sin querer, con un tesoro de datos y opiniones personales por parte de algunos combatientes españoles. Quienes partiendo de una desigualdad bélica notoria, se creyeron tajantemente vencedores de dicho enfrentamiento.

Ha sido muy interesante y poco sorprendente apreciar como la historiografía tradicional con todo y su dilatada andadura interpretativa soslaya o infravalora parte de esas declaraciones españolas, contenidas en cartas y testimonios fiables y de sobrado crédito. Me refiero, por ejemplo, a los testimonios del último capitán general, gobernador y general en jefe del Ejército Español, José de la Gándara y Navarro (1) así como también del capitán Ramón González Tablas (2). Estos altos oficiales consignaron sus experiencias por escrito en voluminosas obras, publicadas poco antes de sus respectivas muertes.

Existen también dos cartas de autores desconocidos, dadas a conocer, primero, por Emilio Rodríguez Demorizi  y compiladas posteriormente por otro Emilio ahora Cordero Michel; la primera de estas cartas apareció publicada, por primera vez, en el periódico La España, en Madrid, el 20 de noviembre de 1863 (3); mientras la segunda misiva fuera publicada en el órgano del mismísimo Gobierno Restaurador, Boletín Oficial no. 11, del 11 de julio de 1864 (4), habiendo sido, tal vez,  requisada por dicho gobierno.

Pero hay más. Una opinión, no menos importante, “de una persona entendidísima”, publicada como carta (anónima) en el periódico El Contemporáneo, en Madrid, el 26 de abril de 1864 (5).

Estas cartas son reveladoras en demasía porque ofrecen una mirada distinta de algunos factores que, siguiendo a los españoles, fueron determinantes durante las campañas militares que se siguieron ya en la parte final de la contienda. En las mismas se puede observar el desconcierto que sienten éstos con las condiciones imperantes y adversas del campo de batalla: “Esta tiene mala cara”, (la guerra).

De la Gándara y Navarro cuya obra sobre la Guerra en Santo Domingo fuera publicada en dos tomos estuvo entre nosotros poco menos de 500 días (arribó el 31 de marzo de 1864 y tuvo que partir el 11 de julio de1865 con el resto de los derrotados) y durante ese periodo se forjó la siguiente conclusión:

“(…) La guerra que aquí se hace, y que es necesario hacer, está fuera de todas las reglas conocidas; el enemigo, que encuentra facilidades en todos los que son obstáculos para nosotros, los explota con la habilidad y acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho años de guerra constante con Haití”.

Si las cartas y los testimonios son leídos sin el debido miramiento contextual pueden muy fácilmente pasar por ofensivos, denigrantes y humillantes para el pueblo dominicano; pero con cierta serenidad podemos notar abundante información sociológica, si se quiere, sobre los dominicanos que libraron esa histórica Guerra de la Restauración. Sabido es que el grueso de los hombres que pasó a formar parte del ejército triunfador provenía de los campos, a veces de los más apartados y recónditos del país.

Algunos insurgentes y combatientes dominicanos se adjudicaron el denominativo de “mambises”. Su origen no está claro pero todo apunta a un personaje de principios del siglo XIX llamado Juan Mambí, un destacado activo de las tropas auxiliares. Esto último lo refiere Roberto Cassá.

A los “mambises”, que fueron considerados diestros portadores de armas blancas como el machete, los españoles les reconocieron arrojo, coraje y un desprendimiento excesivo, tildándolos de “cínicos salvajes revolucionarios” que a veces, aunque “vive con un plátano” era innegable su “soltura revolucionaria”.

Para los españoles estos grandes hombres eran de “gran resistencia corporal”… Y eran también “agiles y sagaces como los indios”, y poseyeron  “gran conocimiento de las localidades”. Ventajas extraordinarias hasta para un “pueblo primitivo que saca sus fuerzas de su propia debilidad”.

Lo que queda muy claro es que el insurgente dominicano o el “hombre campestre y primitivo” infundió gran desasosiego, inquietud y desvelo al soldado español porque “detrás de cada árbol hay un fusil que vomita la muerte”.

El asedio al que fueron sometidas las tropas invasoras era desesperante y angustioso. Para muestra un botón: “aquí solo se piensa en morir”; “aquí no se bate, lo que se hace es morir”; “El diablo me lleve, si yo le veo término a esto. Estos malditos no se les ve nunca”; o esta otra aún mejor: “en Santo Domingo se pelea con enemigos invisibles y se persigue á fantasmas”.

El capitán Ramón González Tablas, por ejemplo, consigna que varios jefes y oficiales actuantes durante la Guerra “no consiguieron jamás ver a un enemigo”.

¡Quién! les hubiera dicho a los regios enlistados de la Corona española que esta sería una campaña tan infernal para ellos, y que una exigua cantidad de hombres “campestres y primitivos”, al otro lado del mundo, los irían emboscando decididamente, aplicando casi por el libro una verdadera guerra de guerrillas, al estilo caribeño, para terminar siendo: “victima segura de su machete”.

Veamos ahora lo realmente importante en las cartas y los testimonios. Se trata, pues, de una reivindicación del suelo, del terreno como factor importantísimo en la consecución de la victoria dominicana durante la lucha restauradora.

Las cartas y los testimonios de referencia muestran fehacientemente cuan determinante fue nuestro suelo no solo por sus condiciones físicas y accidentada configuración sino también por toda la irregularidad con la que se iba encontrando el soldado ibérico. Lo terrible que terminó siendo todo ello para los invasores europeos solo es comparable con lo sufrido por los franceses, bajo Napoleón, en la Rusia de principios del siglo XIX.

Hay descripciones geográficas muy pintorescas, ingeniosas y atinadas: “País tan vasto, cortado por todas direcciones de montañas y desfiladeros”“Todo el país es un desfiladero”, o esta otra “aquí no vale el valor ni nada, porque nos batimos con los arboles”.

En las misivas analizadas hay un criterio común, una idea muy clara y es que, los suscribientes, nunca dejaron de constatar la inmensidad territorial que, abrumando sus ojos, cubría de “espesos bosques” y “grandes barrancos”, y que solo la naturaleza “poderosamente” habría de producir “en estos feraces terrenos”.

La soldadesca escribiente también nos legó una serie de estampas que a todo dominicano que ama su tierra le haría suspirar por esa virginidad medio ambiental que ya solo existe en los anales de nuestra memoria:

“Espesas ramas” y “altas lomas” combinadas con un vasto escenario de “empinadas cumbres” e “infinitos ríos y torrentes”.

Todo cuanto veían estando en comarcas, veredas, parajes, trochas, simples caminos recién abiertos o “caminos que no son caminos o inexistentes como tal” los haría caer en la cuenta una y otra vez de los insuperables “accidentes físicos” que conformaban un abismo de “bosques impenetrables hasta para la vista del viajero”.

Es de antología la anécdota del paraje El Sillón de la Viuda, en donde se señala la estrechez del camino debido a la frondosidad circundante. Esta angostura fue un obstáculo insuperable para quien nos cuenta el episodio.

El capitán Ramón González Tablas, mencionado anteriormente, quien vino al país desde Cuba en el Batallón de Ingenieros y comandó posteriormente el Regimiento de Nápoles. Publicó una obra en 1870 de donde han sido extraídas algunas observaciones interesantes:

“(…) La isla de Santo Domingo es un terreno áspero, salpicado de montes unidos entre sí por pequeñas cordilleras… lo espeso del arbolado, unido al entrelazamiento de los bejucos y enredaderas, no dejan al que traza una vía otro horizonte que el circunscrito a veinte metros de radio”.

González Tablas continúa enriqueciendo su reseña endilgándole a los bosques dominicanos una: “continuidad de portentosa frondosidad con altísimas paredes de follaje”.

El discurso histórico siempre ha buscado héroes de carne y hueso con nombres y apellidos; y por ello se tiende a caer en interminables controversias y debates para asignar roles protagónicos en las gloriosas disputas, combates y pugnas que adornan nuestro acervo histórico-militar y cultural. Es algo vanidoso pero también muy humano y entendible. Por lo que hablar de una reivindicación del suelo como aliado y ventaja estratégica en una guerra, siempre pasará a planos secundarios.

No sé qué les viene a la mente cuando escuchan la expresión “suelo patrio”, pero a mí, a partir de esta relectura epistolar y testimonial, me deja un sabor orgulloso a tierra, a ese terruño rebelde de mi isla, a esa arcilla luchadora y a una verdadera aliada en la Guerra de la Restauración.

Me aparto aquí del pasado histórico y caigo en el desalentador presente y pienso en las nuevas generaciones o en las actuales en cuanto al poder decisorio que ostentan, para apelar a un llamamiento a la conciencia insular y despertar del letargo irresponsable el medular tema de la preservación medio ambiental.

Ojalá que ni la erosión, ni la deforestación, ni la desertización, o la tozuda sequía nos hagan olvidar la otrora espesura boscosa que sirvió de escenario a luchas cuyo propósito fundamental buscaba defender y preservar nuestro “Suelo Patrio”.  

NOTA: Las fichas bibliográficas han sido tomadas de Clío, año 82, no. 186, compiladas por Emilio Cordero Michel:
(1)       José de la Gándara y Navarro. Anexión y Guerra de Santo Domingo, tomo II. Madrid, Imprenta del Correo Militar, 1884. Existe 2da. edición facsimilar de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Barcelona, Gráficas Manuel Pareja, 1975 (Colección de Cultura Dominicana, vol. 9).
(2)       Ramón González Tablas. Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo. Madrid, Imprenta a cargo de Fernando Coo, 1870. Existe 2da. edición de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Barcelona, Gráficas Manuel Pareja, 1974. (Colección de Cultura Dominicana, vol. 6).
(3)       Publicada en el periódico La España, Madrid, 20 de noviembre de 1863. Reproducida por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Diarios de la Guerra Dominico-Española…, pp. 104-107.
(4)       Publicada en el órgano del Gobierno Restaurador, Boletín Oficial, no. 11, del 11 de julio de 1864. Reproducida por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Actos y Doctrina del Gobierno de la Restauración. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, pp.104-107 (Academia Dominicana de la Historia, Centenario de la Restauración de la República, vol. XV).
(5)       Publicado en el periódico El Contemporáneo, Madrid, 26 de abril de 1864. Reproducido por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Diarios de la Guerra Dominico-Española…, pp. 110-115.