11.17.2015

“DISIPAD LAS CONJURACIONES CON LA OPINIÓN. LA IDEA ES EL ARMA MÁS EFICAZ”

                                          
Entre los dos retratos más conocidos de don Ulises Francisco Espaillat, uno por el Dr. Arturo Grullón y el otro por Luis Desangles (Sisito), admito que favorezco el trazado por este último. Lo considero la vera efigies del gran civilista dominicano.

Observar por unos instantes esta admirable faz es adentrarse en lo regio de la figura histórica que descollara con una altura moral pocas veces vista en nuestro país. Sin más es la cara de un intelectual, político, restaurador y conocedor cabal de la realidad social en la que le tocó vivir. ¿Abrumado? ¿Preocupado? ¿Resignado? Vaya usted a saber!

                  Fragmento con acercamiento del dibujo de Luis Desangles (Sisito).

Ambos dibujos, para más señas, están contenidos en las páginas iniciales de aquella lujosa y bellísima edición de sus “ESCRITOS”, publicada en 1987, bajo el auspicio y esmero de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos.

Paso ahora a explicar, antes de proseguir, las razones que me han motivado a escribir sobre la figura y legado de don Ulises Francisco Espaillat. En el año 2014 fue puesta en circulación una obra reivindicativa sobre la funesta y nauseabunda figura de Buenaventura Báez, escrita por un supuesto y siniestro descendiente de este último. En dicha obra, laureada posteriormente con el máximo galardón literario de la Feria Internacional del Libro 2015, se logra articular uno de los intentos difamatorios más sagaces de los últimos tiempos en perjuicio de la impronta del ilustre mocano nacido en Santiago.

Como parte de la estrategia propagandística y promocional de la obra, en procura del premio ferial, los editores de la reciente biografía del “Caudillo del Sur” hicieron publicar extractos del libro en periódicos y suplementos siendo uno de esos extractos demasiado ofensivo y petulante contra Espaillat, tildándolo hasta de afeminado con un sentido altamente peyorativo.

Quedé muy indignado al terminar de leer esas injurias e interpretaciones falaces en las que incurrió el intrigante que solo pensé en responder tal afrenta de la misma manera, escribiendo. Pasado el tiempo otros articulistas se adhirieron a la intentona de desmeritar al prócer y ya no solo pensaba en escribir sino en imponerme como tarea de estudio una relectura sobre Espaillat.

Ulises Francisco Espaillat y Quiñones nace el 9 de febrero, domingo para ser honrosamente exactos, de 1823. En principio fue conocido bajo el apelativo de Pedro Ulises, con énfasis en el primer nombre que era el mismo del padre. Y posteriormente pasaría a ser reconocido como Ulises Francisco, honrando con este segundo nombre a su abuelo paterno, Francisco Espaillat Virol, el tronco francés que emigra en el siglo XVIII a la parte este del país.

Espaillat  nace en un Santiago de los Caballeros virgen y aldeano, definitivo y campestre entre poquísimas y exiguas callejuelas que ya configuraban con tesón esa fisonomía terca, pujante y trabajadora de los cibaeños, esa gente buena del norte de la pronta República.

Don Ulises en una primera etapa de su adultez, poco antes de sufrir los azares políticos, ejerce la medicina práctica pragmáticamente combinándola con la tenencia de una botica, aún vigente, en asociación con su padre. No pudiendo sustraerse de los que fueron sus orígenes comerciales realiza paralelamente actividades de este tipo entrando en la destilación de aguardiente y hasta un alambique poseyó antes de venderlo finalmente a un prestante ciudadano de la comarca.

Rápidamente llegan las funciones públicas, para terminar padeciendo todos los consabidos rigores de la política vernácula de finales del siglo XIX. Pero aun así no rehúye los compromisos asumidos ni los auxilios solicitados y siempre se muestra dispuesto a servir a su patria.

Su trayectoria fue integral y amplia: dos diputaciones, una de ellas, la primera, representando a Santiago, durante el Congreso Revisor Constituyente (como tribuno) que votó la primera Constitución liberal de la Republica, en febrero de 1854 para la que también siendo designado posteriormente sirvió como redactor de la misma. Llegaría a ser también secretario y vicepresidente del Congreso, cargos a los que accedería luego de asumir su segunda diputación durante el Congreso Constituyente de Moca en 1857, esta última también por Santiago.

Fue Interventor de Aduanas en Puerto Plata, Ministro de Relaciones Exteriores del Primer Gobierno Restaurador, Vicepresidente del mismo gobierno, General de Brigada y finalmente la cúspide del servicio público, Presidente de la República, por la absoluta mayoría de más de 24,000 votos”. (Periódico El Nacional, de Santo Domingo, 15 de abril de 1876) SANG BEN, Mu-Kien Adriana, Una Utopía Inconclusa, Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX, Santo Domingo, Colección Pensamiento Dominicano Julio Postigo, in memoriam, Editora Nacional, 2013.

Ha sido curioso y paradigmático, y aquí abro un paréntesis, redescubrir las similitudes entre los experimentos presidencialistas de Espaillat, siglo XIX, y de Bosch, siglo XX. La cortedad de sus gestiones, los valores profesados con el ejemplo personal lo cual nos ilustra un criterio moral sin igual en los depuestos gobernantes, las constituciones modernas y de avanzada de que se sirvieron, el imbatible ambiente conspirativo para dar al traste con sus gobiernos y el nefasto y presuroso naufragio de sus proyectos nacionales.

La de Espaillat fue una mini presidencia, ocupó el cargo desde el día 29 de abril de 1876 hasta el 5 de octubre del mismo año. Ese día, perseguido, agobiado y desesperanzado presenta renuncia y de inmediato se asila en el Consulado de Francia. Nada menos que cinco meses y seis días después de haber prestado el juramento correspondiente a tan alta investidura.

Es mucha la tinta derramada para tratar de explicar los desaciertos e infortunios que tuvo que sortear la presidencia de Espaillat para no llegar al colapso rotundo y las razones del fracaso más allá de la asonada bravucona se ocupan de casi todas las vertientes posibles; sin embargo es de rigor seguir apelando a la impresionante rectitud moral mostrada por el ciudadano modélico que fue Espaillat cuando después de todo decide apartarse y desearle lo mejor al de facto sucesor.

Pero quizás la explicación fundamental para poder entender ese histórico desaprovechamiento por parte del pueblo dominicano de lo que encarnó Espaillat como un verdadero Proyecto Nacional Progresista nos la da un confidente suyo, el venezolano Santiago Ponce de León, él nos dice que:

“Ese gobierno así constituido, y presidido por Espaillat, debía ser para todos los dominicanos prenda de paz, y segura fianza de una buena administración. Pero el genio del mal debía frustrar tantas esperanzas, e impedir la realización de muchos y buenos proyectos que habrían podido cambiar la faz del país. (…) Una revolución que no fue patriótica ni pudo ser legitima, (…) y debemos manifestar que una de las causas que dio pábulo a la revolución fue la supresión de las gratificaciones”.  Ibíd.

No es propósito de este artículo recapitular lo que ha significado la figura de Ulises Francisco Espaillat para el liberalismo histórico dominicano, más bien pretendemos repasar, con fugaz mirada, en su trayectoria y valía personal todo cuanto aclare el panorama incoloro y petulante lleno de ingratitud y desdén que propicia un sector fascista que se entretiene con enlodar reputaciones históricas y ejemplares como una forma de pulverizar las brújulas morales y éticas que tanto necesita este país.

Como dato imperecedero y muestra fehaciente de la himalayesca diferencia que distancia a don Ulises Francisco Espaillat de Buenaventura Báez, obsérvense los resultados electorales, citados por Roberto Cassá, contabilizados el día 18 de abril de 1876, en donde el primero, de un total de 26,410 votos depositados, obtuvo 24,329 votos (es decir el 92 %), mientras el segundo en el mismo torneo electoral alcanzó tan solo diez (10) míseros votos.

Aquí es muy importante destacar, no obstante esos resultados, lo que en tan solo dos años llegó a ser uno de los procesos de construcción de consenso y unificación de criterio popular más sensatos y aglutinador que se haya dado en nuestra historia. Y es que Espaillat, en 1874, durante los primeros comicios, luego del “Gobierno (¿o dictadura?) de los Seis Años” de Báez presentándose como candidato tan solo logra obtener noventa y tres (93) votos. Es innegable, entonces, el favor popular alcanzado transcurridos, solamente veinticuatro meses, gracias al apoyo masivo y decidido que concitó su candidatura con respaldos diversos y manifiestos, de gran calado social, y una aceptación mayoritaria absoluta nunca antes experimentada en la todavía muy joven sociedad dominicana.

De igual modo es pertinente recordar lo dicho por J. Alfonso Lockward en su opúsculo sobre don Ulises, en torno a una frase de Buenaventura Báez: “El Ozama piensa, el Cibao trabaja” y de cómo el pretendido “axioma baecista” ha quedado “triturado”, demolido y olvidado por la existencia misma de un pensador irrepetible como Ulises Francisco Espaillat, cuyas lecciones legadas, a más de ciento treinta años de su muerte, son hoy por hoy de las mejores ideas sociales en las que pueblo alguno, con sed de justicia y progreso, podría abrevar con certeza. 


La admiración hacia Espaillat no solo es actual y vigente, sino que también entre sus coetáneos gozó de muchísima estima y alta valoración. Gregorio Luperón, quien también ha sido víctima de las mismas intenciones malsanas y difamatorias, describe sus escritos como “el catecismo político”. De igual modo es el mismo Luperón que sostiene, fuera de toda duda, que Espaillat habría fungido como “El Mentor de la Restauración”. Y las cualidades de “inflexible, previsor, admirable por su sangre fría, organizado y dirigente y diligente” las sabremos posteriormente por cuenta del propio puertoplateño y líder de los azules.

De las facetas poco conocidas de Espaillat encontramos algunas que son de capital importancia por lo que su auspicio le retribuye a los pueblos en donde se manifiestan. Vemos, en primer lugar, el cooperativismo. Fue de los pioneros en abogar por dicha implementación en la forma de cajas de ahorro y créditos alcanzables en condiciones blandas, por eso y más, es en mi opinión, un verdadero precursor del cooperativismo dominicano; Otro gran aspecto que lo hace acreedor de las más altas estimas por parte del constitucionalismo dominicano lo constituye no solo el haber participado cercana y directamente en las iniciales labores de conformación de la Ley Sustantiva de la nación sino también la constante preocupación que mantuvo en torno al fiel cumplimiento y defensa de la Carta Magna por parte de todos los dominicanos. Alcanzar ese sagrado anhelo fue posible, primero, presidiendo en Santiago “La Junta Constitucional”, creada expresamente para defender la Constitución de Moca. Y años después, al fragor de su candidatura ganadora no olvidó su compromiso constitucional y firma un acta relativa a la creación de una “Junta Constitucional Ejecutiva” para la observancia de la Constitución en toda la República.

Las mentes brillantes y juiciosas en materia de escritura histórica, esas cabezas lúcidas, prudentes y bien intencionadas de la interpretación historiográfica dominicana están contestes de la posición cimera que, inexorablemente debe de ocupar este patricio. Veamos entonces como lo describen, en poquísimas, nobles y certeras palabras, primero, Roberto Cassá:

“Cumbre cultural y moral de los dominicanos y la conciencia más preclara de su época”.

Y ahora Mu-kien A. Sang Ben:

“(…) A pesar de la temporalidad y de las críticas que puedan formularse a muchos de sus planteamientos, la preocupación constante de Espaillat, su máximo ideal, de buscar caminos para enrumbar su patria amada hacia el verdadero bienestar colectivo, sigue siendo de una actualidad indiscutible”.

“Espaillat fue, es y será siempre una fuente inagotable de reserva moral, un verdadero símbolo de pureza en el ejercicio de la política y un auténtico paradigma para instar a los políticos a que conviertan su quehacer cotidiano en un monumento a la ética política. SANG BEN. Op. cit. 

Resultaría, pues, innecesario seguir tratando de blindar su estela, su legado, su ejemplo raigal contra los ataques insignificantes y sórdidos, provenientes de escritores ominosos y malhadados cuando se han escuchado las opiniones precitadas.

Ulises Francisco Espaillat falleció, tristemente a destiempo, a los 55 años, víctima de una difteria. La conmoción de su muerte provocó que se decretaran 9 días de Duelo Nacional con exequias en todo el país. La fatídica hora arribó el 21 de abril de 1878.

El historiador Campillo Pérez recordó lo terrible del deceso y de cómo el mismo caló tan profundamente que hasta nuestra diosa mayor, la poetisa Salomé Ureña de Henríquez, tuvo a bien poetizar los siguientes versos (fragmento) para la inmortalidad de este prohombre:
  
            ¡Oh Patria sin ventura!                                                                                ¡Cómo sucumben los que el pecho fuerte!
           ¡Supieron con bravura exponer en defensa de tu suerte!
           ¡Cómo sucumbe el adalid preclaro
           que a restaurar tus fueros
           en tus horas de triste desamparo!
           a salvarte voló con los primeros!
  
NOTA: El título remite a una frase epistolar contenida en sus ESCRITOS.

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
LOCKWARD, J. Alfonso, Recordando a Espaillat, Santo Domingo, Editorial Universidad CETEC, 1982.

CAMPILLO PÉREZ, Julio Genero, Ulises Francisco Espaillat. Apóstol de la Democracia, Santo Domingo, Editora Lotería Nacional, 1985.

CASSÁ, Roberto, Dominicanos de Pensamiento Liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps, Siglo XIX, Santo Domingo, Colección Juvenil Vol. III, Archivo General de la Nación, 2009.

SANG, Mu-Kien Adriana, Una Utopía Inconclusa, Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX, Santo Domingo, Colección Pensamiento Dominicano Julio Postigo, in memoriam, Editora Nacional, 2013.

8.17.2015

“LAS TROPAS NO DOMINAN MÁS QUE EL TERRENO QUE PISAN”

Siempre me ha gustado aprovechar las efemérides patrias para reforzar su conocimiento con hondura y dar con un pretexto pertinente para releer material histórico que busca justificar su presencia, más allá de una primera lectura, en los tramos bibliográficos.

Y es por ello que leyendo y consultando entre libros, conferencias, cartas y artículos sobre la Guerra de la Restauración, me he topado, quizá sin querer, con un tesoro de datos y opiniones personales por parte de algunos combatientes españoles. Quienes partiendo de una desigualdad bélica notoria, se creyeron tajantemente vencedores de dicho enfrentamiento.

Ha sido muy interesante y poco sorprendente apreciar como la historiografía tradicional con todo y su dilatada andadura interpretativa soslaya o infravalora parte de esas declaraciones españolas, contenidas en cartas y testimonios fiables y de sobrado crédito. Me refiero, por ejemplo, a los testimonios del último capitán general, gobernador y general en jefe del Ejército Español, José de la Gándara y Navarro (1) así como también del capitán Ramón González Tablas (2). Estos altos oficiales consignaron sus experiencias por escrito en voluminosas obras, publicadas poco antes de sus respectivas muertes.

Existen también dos cartas de autores desconocidos, dadas a conocer, primero, por Emilio Rodríguez Demorizi  y compiladas posteriormente por otro Emilio ahora Cordero Michel; la primera de estas cartas apareció publicada, por primera vez, en el periódico La España, en Madrid, el 20 de noviembre de 1863 (3); mientras la segunda misiva fuera publicada en el órgano del mismísimo Gobierno Restaurador, Boletín Oficial no. 11, del 11 de julio de 1864 (4), habiendo sido, tal vez,  requisada por dicho gobierno.

Pero hay más. Una opinión, no menos importante, “de una persona entendidísima”, publicada como carta (anónima) en el periódico El Contemporáneo, en Madrid, el 26 de abril de 1864 (5).

Estas cartas son reveladoras en demasía porque ofrecen una mirada distinta de algunos factores que, siguiendo a los españoles, fueron determinantes durante las campañas militares que se siguieron ya en la parte final de la contienda. En las mismas se puede observar el desconcierto que sienten éstos con las condiciones imperantes y adversas del campo de batalla: “Esta tiene mala cara”, (la guerra).

De la Gándara y Navarro cuya obra sobre la Guerra en Santo Domingo fuera publicada en dos tomos estuvo entre nosotros poco menos de 500 días (arribó el 31 de marzo de 1864 y tuvo que partir el 11 de julio de1865 con el resto de los derrotados) y durante ese periodo se forjó la siguiente conclusión:

“(…) La guerra que aquí se hace, y que es necesario hacer, está fuera de todas las reglas conocidas; el enemigo, que encuentra facilidades en todos los que son obstáculos para nosotros, los explota con la habilidad y acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho años de guerra constante con Haití”.

Si las cartas y los testimonios son leídos sin el debido miramiento contextual pueden muy fácilmente pasar por ofensivos, denigrantes y humillantes para el pueblo dominicano; pero con cierta serenidad podemos notar abundante información sociológica, si se quiere, sobre los dominicanos que libraron esa histórica Guerra de la Restauración. Sabido es que el grueso de los hombres que pasó a formar parte del ejército triunfador provenía de los campos, a veces de los más apartados y recónditos del país.

Algunos insurgentes y combatientes dominicanos se adjudicaron el denominativo de “mambises”. Su origen no está claro pero todo apunta a un personaje de principios del siglo XIX llamado Juan Mambí, un destacado activo de las tropas auxiliares. Esto último lo refiere Roberto Cassá.

A los “mambises”, que fueron considerados diestros portadores de armas blancas como el machete, los españoles les reconocieron arrojo, coraje y un desprendimiento excesivo, tildándolos de “cínicos salvajes revolucionarios” que a veces, aunque “vive con un plátano” era innegable su “soltura revolucionaria”.

Para los españoles estos grandes hombres eran de “gran resistencia corporal”… Y eran también “agiles y sagaces como los indios”, y poseyeron  “gran conocimiento de las localidades”. Ventajas extraordinarias hasta para un “pueblo primitivo que saca sus fuerzas de su propia debilidad”.

Lo que queda muy claro es que el insurgente dominicano o el “hombre campestre y primitivo” infundió gran desasosiego, inquietud y desvelo al soldado español porque “detrás de cada árbol hay un fusil que vomita la muerte”.

El asedio al que fueron sometidas las tropas invasoras era desesperante y angustioso. Para muestra un botón: “aquí solo se piensa en morir”; “aquí no se bate, lo que se hace es morir”; “El diablo me lleve, si yo le veo término a esto. Estos malditos no se les ve nunca”; o esta otra aún mejor: “en Santo Domingo se pelea con enemigos invisibles y se persigue á fantasmas”.

El capitán Ramón González Tablas, por ejemplo, consigna que varios jefes y oficiales actuantes durante la Guerra “no consiguieron jamás ver a un enemigo”.

¡Quién! les hubiera dicho a los regios enlistados de la Corona española que esta sería una campaña tan infernal para ellos, y que una exigua cantidad de hombres “campestres y primitivos”, al otro lado del mundo, los irían emboscando decididamente, aplicando casi por el libro una verdadera guerra de guerrillas, al estilo caribeño, para terminar siendo: “victima segura de su machete”.

Veamos ahora lo realmente importante en las cartas y los testimonios. Se trata, pues, de una reivindicación del suelo, del terreno como factor importantísimo en la consecución de la victoria dominicana durante la lucha restauradora.

Las cartas y los testimonios de referencia muestran fehacientemente cuan determinante fue nuestro suelo no solo por sus condiciones físicas y accidentada configuración sino también por toda la irregularidad con la que se iba encontrando el soldado ibérico. Lo terrible que terminó siendo todo ello para los invasores europeos solo es comparable con lo sufrido por los franceses, bajo Napoleón, en la Rusia de principios del siglo XIX.

Hay descripciones geográficas muy pintorescas, ingeniosas y atinadas: “País tan vasto, cortado por todas direcciones de montañas y desfiladeros”“Todo el país es un desfiladero”, o esta otra “aquí no vale el valor ni nada, porque nos batimos con los arboles”.

En las misivas analizadas hay un criterio común, una idea muy clara y es que, los suscribientes, nunca dejaron de constatar la inmensidad territorial que, abrumando sus ojos, cubría de “espesos bosques” y “grandes barrancos”, y que solo la naturaleza “poderosamente” habría de producir “en estos feraces terrenos”.

La soldadesca escribiente también nos legó una serie de estampas que a todo dominicano que ama su tierra le haría suspirar por esa virginidad medio ambiental que ya solo existe en los anales de nuestra memoria:

“Espesas ramas” y “altas lomas” combinadas con un vasto escenario de “empinadas cumbres” e “infinitos ríos y torrentes”.

Todo cuanto veían estando en comarcas, veredas, parajes, trochas, simples caminos recién abiertos o “caminos que no son caminos o inexistentes como tal” los haría caer en la cuenta una y otra vez de los insuperables “accidentes físicos” que conformaban un abismo de “bosques impenetrables hasta para la vista del viajero”.

Es de antología la anécdota del paraje El Sillón de la Viuda, en donde se señala la estrechez del camino debido a la frondosidad circundante. Esta angostura fue un obstáculo insuperable para quien nos cuenta el episodio.

El capitán Ramón González Tablas, mencionado anteriormente, quien vino al país desde Cuba en el Batallón de Ingenieros y comandó posteriormente el Regimiento de Nápoles. Publicó una obra en 1870 de donde han sido extraídas algunas observaciones interesantes:

“(…) La isla de Santo Domingo es un terreno áspero, salpicado de montes unidos entre sí por pequeñas cordilleras… lo espeso del arbolado, unido al entrelazamiento de los bejucos y enredaderas, no dejan al que traza una vía otro horizonte que el circunscrito a veinte metros de radio”.

González Tablas continúa enriqueciendo su reseña endilgándole a los bosques dominicanos una: “continuidad de portentosa frondosidad con altísimas paredes de follaje”.

El discurso histórico siempre ha buscado héroes de carne y hueso con nombres y apellidos; y por ello se tiende a caer en interminables controversias y debates para asignar roles protagónicos en las gloriosas disputas, combates y pugnas que adornan nuestro acervo histórico-militar y cultural. Es algo vanidoso pero también muy humano y entendible. Por lo que hablar de una reivindicación del suelo como aliado y ventaja estratégica en una guerra, siempre pasará a planos secundarios.

No sé qué les viene a la mente cuando escuchan la expresión “suelo patrio”, pero a mí, a partir de esta relectura epistolar y testimonial, me deja un sabor orgulloso a tierra, a ese terruño rebelde de mi isla, a esa arcilla luchadora y a una verdadera aliada en la Guerra de la Restauración.

Me aparto aquí del pasado histórico y caigo en el desalentador presente y pienso en las nuevas generaciones o en las actuales en cuanto al poder decisorio que ostentan, para apelar a un llamamiento a la conciencia insular y despertar del letargo irresponsable el medular tema de la preservación medio ambiental.

Ojalá que ni la erosión, ni la deforestación, ni la desertización, o la tozuda sequía nos hagan olvidar la otrora espesura boscosa que sirvió de escenario a luchas cuyo propósito fundamental buscaba defender y preservar nuestro “Suelo Patrio”.  

NOTA: Las fichas bibliográficas han sido tomadas de Clío, año 82, no. 186, compiladas por Emilio Cordero Michel:
(1)       José de la Gándara y Navarro. Anexión y Guerra de Santo Domingo, tomo II. Madrid, Imprenta del Correo Militar, 1884. Existe 2da. edición facsimilar de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Barcelona, Gráficas Manuel Pareja, 1975 (Colección de Cultura Dominicana, vol. 9).
(2)       Ramón González Tablas. Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo. Madrid, Imprenta a cargo de Fernando Coo, 1870. Existe 2da. edición de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Barcelona, Gráficas Manuel Pareja, 1974. (Colección de Cultura Dominicana, vol. 6).
(3)       Publicada en el periódico La España, Madrid, 20 de noviembre de 1863. Reproducida por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Diarios de la Guerra Dominico-Española…, pp. 104-107.
(4)       Publicada en el órgano del Gobierno Restaurador, Boletín Oficial, no. 11, del 11 de julio de 1864. Reproducida por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Actos y Doctrina del Gobierno de la Restauración. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, pp.104-107 (Academia Dominicana de la Historia, Centenario de la Restauración de la República, vol. XV).
(5)       Publicado en el periódico El Contemporáneo, Madrid, 26 de abril de 1864. Reproducido por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Diarios de la Guerra Dominico-Española…, pp. 110-115.