Ante tanta impotencia ciudadana, es
propicio participar aún sea desde esa misma perspectiva, en un debate tan
importante como el que ha surgido a propósito de los augurios de algunos
constitucionalistas en torno a la imposibilidad de realizar los próximos
comicios generales antes del 16 de agosto, dando al traste con el consiguiente
proceso de juramentación.
Los “dioses del olimpo constitucional” han
esgrimido varias propuestas para tratar de evitar, según ellos, el inminente
“vacío de poder” con el que despertaríamos al día siguiente. De manera curiosa
pero poco sorprendente dichas propuestas se complementan entre sí y se nota una
articulación integral como si se tratara de una misma propuesta subdividida en
donde los vasos comunicantes pro peledeístas abundan.
Sin detenernos en los principios de
interpretación constitucional utilizados por los especialistas, a saber: el de
eficacia integradora, el de concordancia práctica o método teleológico, el
literal, etc. deberíamos como “ciudadanos políticos” que somos
todos, involucrarnos más allá de las “soluciones constitucionales” y
reflexionar sobre lo que serían las diversas consecuencias que se derivarían de
la puesta en ejecución de ese pesimista andamiaje interpretativo.
Y es que han sido ellos mismos, “los
saberes autorizados constitucionales”, quienes coinciden en que dichas
soluciones estarían supeditadas a un previo e infaltable entendimiento político
entre las “fuerzas vivas” de la nación.
Entonces, una vez vista la innegable
connotación política del incierto escenario formulado y sin olvidar que hay una
“sociedad abierta de intérpretes” (Haberle), es justo entonces insistir con
nuestra intervención y dejarnos escuchar desde una pequeña grada no especializada.
Hemos identificado algunas corrientes del
constitucionalismo moderno dominicano, a saber: el constitucionalismo
conservador por excelencia, el constitucionalismo “Pret a porter”, el
constitucionalismo abiertamente oficialista, el constitucionalismo verborreico,
el constitucionalismo con síndrome gurú, el constitucionalismo de mariquita con
trazas de liberalismo alocado, etc.
Todas estas corrientes confluyen para
enriquecer nuestra doctrina constitucional y, obviamente, para “legitimar” a
través del tiempo las innúmeras decisiones jurídicas del régimen
peledeísta.
El constitucionalismo dominicano
jerarquizado, bajo los (des)gobiernos del PLD, engrampa su doctrina “ideológicamente”
a la manera de una resignación cínica de esa “aceptación constitucional” que
bien pudo haberse consolidado en los escarceos judiciales que Loma Miranda
suscitara hace ya algunos años y que obligara, por ejemplo, a Eduardo
Jorge Prats a regalarnos esa pieza de adoctrinamiento constitucional
titulada La razón constitucional https://acento.com.do/2014/opinion/8178847-la-razon-constitucional/
Logrado ese entendimiento, surge ahora “la
razón propiamente peledeísta de la Constitución”. No habría otra manera de
designar estos aprestos que surgen desaforadamente con el único fin de otorgar,
a la luz de supuestas lecturas del texto fundamental, ganancia de causa al
oficialismo.
Penosamente el constitucionalismo moderno
dominicano en su capa superior se ha convertido en un laboratorio
imprescindible para entender el desastre interpretativo ideológico y en su
lugar colocar todo un mercado de ofertas acomodaticias de nuestra carta magna
no ya al mejor postor sino al poder político, entiéndase al PLD o, más
propiamente dicho, al danilismo.
El escenario o los escenarios sugeridos no
son poco probables sino muy fantasiosos. Ni siquiera nuestra inmadurez
político-partidaria más palpable permitiría un colapso estatal como
el que se figura ante tal hipótesis. Y ni hablar de aguardar a los días
iniciales de agosto sin haber, para bien o para mal, negociado una salida conjunta.
Es absurdo y muy risible pensar en un cruzamiento de brazos generalizado y
absoluto ante la oscuridad que se cerniría sobre nosotros.
No estamos para proponer (constitucionalmente)
pero si abogamos por un entendimiento político, primero, que nos coloque a la
altura de las circunstancias en donde impere la sensatez, la cordura y la
flexibilidad que se contrapongan a los desgastados y nefastos “consensos” y
“pactos” y, segundo, que se cierren todas las vías constitucionales o no para
que haya una prolongación de las actuales autoridades ejecutivas; no debe haber
espacio para lo que es un imposible social, para lo que traería más
intranquilidad y desasosiego y para lo que sería, finalmente una derrota moral
y democrática del pueblo dominicano.
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