7.06.2016

“¡COMPROMETIDA ES LA SITUACIÓN, JUGUEMOS EL TODO POR EL TODO; MARCHEMOS, PUES!” (1)

“La Bandera fue tu culto, la Bandera fue tu altar,
y dijiste: «Cuando vaya para siempre a descansar,
que ella envuelva mi cadáver». Y moriste con honor,
en los brazos siempre abiertos de la enseña tricolor”(2)

Manosear gran parte del epistolario de Matías Ramón Mella y Castillo, publicado en conjunto por última vez a propósito del centenario de su muerte, en 1964, adquiere una renovada pertinencia, ahora celebrando los doscientos años de su nacimiento, para reencontrarnos con el hombre del trabucazo nocturno de aquel glorioso y memorable martes  27 de febrero de 1844. Es por igual una estupenda oportunidad para elevar nuestra condición patriótica y acusar un sano y moderado nacionalismo en momentos tan propicios.

No obstante haber transcurrido algunos  meses del día exacto de su natalicio (25 de febrero) la magna cifra alcanzada en el año que discurre provoca, necesariamente, generar una mirada ponderativo-generacional de su figura y trayectoria  en cualquier instante del mismo.

De allí proviene también la consiguiente convicción de la necesaria consideración de su accionar como legado patrio, sabiendo de antemano que para hacerlo no bastaría una lógica formal ni una razón pura. Precisaría, más bien, de una lógica más radical todavía que la lógica basada en una cosmovisión esencialmente histórica.

Celebrar dos siglos o lo que es lo mismo, doscientos años es siempre una legítima razón para revalorar el trayecto social de los acontecimientos históricos y reestudiar las improntas personales implicadas en los mismos.

Es por ello, entonces, que hemos querido una vez más acercarnos a ese almacén de la memoria colectiva que es la historia dominicana, lo cual haremos a seguidas, no sin antes realizar algunas precisiones importantes para entender como redefiniendo el hito ahistórico de los Padres de la Patria es posible una completa reivindicación de Ramón Mella en un justísimo procerato.

Desde siempre la “inmortal” tríada de los Padres de la Patria nos ha parecido una señora absurdidad, un oportunismo más y una jugada política aviesa. Con explicaciones risibles carentes de las más mínimas justificaciones.

¡Cosas de Lilís!, la frase homónima que titula aquel opúsculo de Víctor M. de Castro, nos permite figurar con claridad el involucramiento de éste en lo que ha sido denominado, acertadamente, como una “imposición tiránica” y una “maniobra clasista”.(3)

Ulises Heureaux (Lilís) oficializó mediante la  resolución No. 332 del once de abril de1894 la infundada y patriótica tríada para complacer salomónicamente a sus amigos Manuel De Jesús Galván, furibundo y obcecado santanista de la época, quien apelaría por Mella; y a Juan Francisco Sánchez, “uno de sus más destacados servidores”,(4) hijo del mártir de San Juan, Francisco del Rosario Sánchez .

No había pasado mucho tiempo de su incorporación cuando ya la tríada justificaba el avivamiento de ciertos antagonismos entre seguidores de la misma. Provocando los más encendidos debates en torno a la supremacía de uno y otro y ni hablar de las voces que sugerían un aumento de la membresía.

Y es así como esta tripleta inopinada luego de 122 años ha demostrado ser una simbiosis perversa. Una aberración nacional y una afilada punta de lanza de la distorsión histórica. Donde el griterío polémico maledicente se ha  impuesto como manifestación de lealtad.

En esa misma tesitura observamos como dentro del imaginario patriótico se vienen consignando diferentes pedestales para aquellos hombres, machos y masculinos que tuvieron la dicha y el honor de que el destino los confrontara con los designios primerizos de nuestra nación.

Tenemos por un lado a los trinitarios originarios, nueve dice el discurso duartiano que son; a los comunicados y febreristas por el otro, un grupo mucho más nutrido y heterogéneo pero no por ello menos importante a la causa por la independencia.

Podríamos pensar que dichas nomenclaturas tienen un carácter meramente cronológico, sin embargo la “ciudad letrada” y los “saberes históricos autorizados” lo que han hecho es erigir un sistema altamente jerarquizado e injusto, con enumeraciones antojadizas y muchas veces sesgadas.

Los acompañantes de Juan Pablo Duarte en el trio paterno de la nación, por ejemplo, no fueron trinitarios originarios aunque sí febreristas connotados con una trayectoria reluciente, cimera y bastante consecuente.

Pero ya hablemos sobre Mella que es quien interesa realmente por aquello de sus doscientos años cumplidos y poco festejados.

Matías Ramón Mella o Ramón Matías o también M. R. Mella y hasta Ramón Mella son formas, todas aceptadas, de nombrar a este corajudo hombre de febrero. Fueron todas éstas, maneras utilizadas por él mismo también para firmar innumerables documentos y cartas.

En este firme combatiente de cuyo indecible valor somos todos los dominicanos deudores eternos hallamos la “indómita intrepidez” que nos configura como pueblo ante ese temor que subyacía a la “Hora liberadora del Conde” para romper con la dejadez nacionalista y con ese inmovilismo que nos alejaba de concretar la sobrecogedora “Separación de la República Haytiana”.

El disparo de Mella o como lo describiese Galván en 1883: “Una fragorosa detonación de su pedreñal (…) (5) es el punto de inflexión independentista definitivo. Es la pulsión que desdice de la inacción temerosa y la vacilación que cubría los pechos rajados por la duda y el descreimiento.

Así la determinante actitud asumida por el bienintencionado Mella nos legaría un ejemplo de acción visceral inquebrantable. Su también agudeza pragmática se pondría igualmente de manifiesto con reiteración vertiginosa en los demás roles que le tocara jugar sin más soporte solido que la palabra.

Ramón Matías Mella quizá sea la respuesta a décadas de discordia y tronadas discursivas apologistas entre duartistas y sanchistas que insisten en protagonismos inmerecidos y poco prioritarios para una elevación sacrosanta de sus respectivos dioses.

Insistir con Mella como respuesta no es un contrasentido, no es intercambiar supuestos patricios en altares inalcanzables ni proseguir esa danza que tan solo bailan dos o tres historiadores con un lastre conservador muriente.

Duarte es el único y verdadero Padre de la Patria; Mella por su parte es un oportuno, elocuente y grandioso momento del que disfrutamos, como nación, para un relanzamiento adecuado del ejercicio nacionalista mesurado, patriótico y decente.

La proceridad de Mella es una cantera luminosa de apremiantes intentos logrados. Es la génesis polvorosa de nuestra dominicanidad y el coraje accionante contra la indecisión. Y es, por supuesto, un obligado referente del rico arrebato de la certeza.

Criticarlo al margen de su contextualización histórica sería fácil e injusto. Pero tampoco se trataría de, por ejemplo, justificar su pertenencia a gobiernos santanistas que no es lo mismo que hablar de un inexistente santanismo, sino más bien y de manera específica, adentrarnos en sus convicciones sociales y políticas, en una coyuntura totalmente distinta a la de Febrero de 1844, a través de un profuso intercambio epistolar desde Europa, ahora como Enviado Extraordinario. Un rol asumido eficientemente con un alto sentido de las funciones ejercidas que proyectaría  su estela como tal vez ningún otro.

Fueron ocho largos meses los que Mella estuvo tratando de buscar, primero, un protectorado y luego el reconocimiento puro y simple de la independencia dominicana fungiendo las veces como agente confidencial y agente consular.

Desempeñar esa controvertida misión diplomática con talante y vigor connaturales, no fue óbice para seguir mostrando una responsabilidad patriótica correspondiente con los valores cardinales que siempre justificaron su cercanía con Juan Pablo Duarte.  

¿Y de su ímpetu? Como no hablar del ímpetu tan característico del general, ese por el cual no pocos historiadores y publicistas le han descalificado. Precisamente es esa su virtud más acendrada y memorable. La vehemencia fulgurante de Mella es realmente pintoresca.

Veamos esta perla encontrándose en el país en 1856: “Yo, gobierno, cojo a Segovia, lo envuelvo en su bandera y lo expulso del país”. (Aquí se refería al cónsul español en Santo Domingo, Antonio María Segovia e Izquierdo, el de la funesta Matricula  de Segovia).

En Mella hubo también errores de manejo y algunos desaciertos políticos. Negarlo sería atentatorio al fin perseguido por este artículo. Pero sobredimensionar dichas faltas interpretando erróneamente su contexto situacional con meros distingos y simples menciones de funciones gubernamentales sería igualmente imperdonable y poco ético.

En la actualidad “analistas de la historia” han advertido algunas fallas a la configuración ideológica del prócer, fallas que podríamos aceptar en cuanto a su planteamiento más no en su fundamentación por estar las mismas sobrecargadas con alegatos para nada históricos. Ahora bien, estamos convencidos de que tanto errores, desaciertos y fallas son los menos.

La impronta heroica de un prócer debe medirse en los aspectos cualitativos iniciales y finales de su “todo vital” y Mella es un ejemplo señero de dicho argumento. Aducen algunos que no es como se inicie sino como se termine sin menoscabo del espacio entre los extremos. Creemos que el inicio deslumbrante y el fin sencillamente determinante de Matías Ramón Mella es muestra contundente de lo sostenido anteriormente.

La sola mención de la ya célebre Circular contentiva de Las Instrucciones Para La Guerra de Guerrillas, método a ser utilizado durante la Guerra Restauradora contra los españoles, nos pinta a un General en Jefe del Ejército del Sud en el cual no había espacio para las indefiniciones. Muy por el contrario ese convencimiento a ultranza manifestado por Mella fue vital para el despliegue estratégico y  bélico triunfante.

Es en el Mella restaurador que vemos la consagración definitiva de la proceridad aludida; he aquí a un Mella orgulloso, precavido y decidido a jugársela por la patria que él mismo ayudo a crear en 1844.

Leamos a este Mella que firma una proclama exactamente veinte años después de haber firmado otro documento (Manifiesto del 16 de enero de 1844), igualmente trascendente e histórico, con las mismas intenciones salvadoras, el 16 de enero de 1864: “(…) No es mi propósito excitaros a una inútil rebelión; pero sí es de mi deber como ciudadano libre, haceros comprender que la insurrección no es un crimen cuando ella ha llegado a ser el único medio para sacudir la opresión; pero sí es crimen no pequeño el indiferentismo que la sostiene y alimenta”.

DOMINICANOS: (…) La América debe pertenecerse a sí misma; (…) Si para convencer a la España de esta verdad no ha bastado el escarmiento de los campos de Carabobo, Boyacá y Junín, ni el Genio de Bolívar, aquí  está el sable de nuestros soldados y el clima de Santo Domingo”. (6)

Ahora observemos lo sostenido por Emiliano Tejera Penson (1841-1923), precursor de temas historiográficos dominicanos, sobre el desempeño de Mella durante la Restauración cuando en su Monumento a Duarte… dice: “(…) Mella, que en la tarde de su vida formuló en una circular memorable el plan de guerra que permitió a los dominicanos combatir con éxito en la Guerra de la Restauración”. (7)

La conclusión, poco menos que aplastante. Matías Ramón Mella y Castillo es verdaderamente un símbolo sin par en nuestros anales fundacionales. Con muchísimo más que una referencialidad histórico-militar oceánica su proceridad se yergue indetenible al olimpo de los próceres. A sus pies, sin embargo, yace toda una generación que lo desconoce como a muchos otros grandes hombres de nuestra historia. Es por ello que decididamente insistimos con la lectura y relectura que propende al sereno y desapasionado análisis  de nuestro pasado.

Quisiera finalizar parafraseando al historiador vegano Guido Despradel Batista (1909-1959), con un concepto de su peculio interpretativo sobre como se ha vuelto más que innecesaria la emergencia de supuestos errores pretéritos de Mella porque en ello lo que ha habido es, definitivamente, “un exceso de reflexión”.

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:

SERRA, J. María, Apuntes para la historia de los trinitarios, fundadores de la República Dominicana, Santo Domingo, Imprenta de García Hermanos, 1887. NOTA: Según Serra, estas fueron las  palabras dichas por Mella justo en el momento de hacer el glorioso disparo. (1)

JIMÉNEZ, Ramón Emilio, La Patria en la Canción, Barcelona, 1933. NOTA: Fragmento del poema titulado Ramón Mella. (2)

JIMÉNES-GRULLÓN,  Juan Isidro, El mito de los Padres de la Patria incluido El debate histórico, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2014, (vol. CCXIII). (3) y (4)

Homenaje a Mella, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1964, (vol. XVIII). (5) y (6)
TEJERA PENSON, Emiliano, Escritos Diversos, (Andrés Blanco Díaz, editor), Santo Domingo,  Archivo General de la Nación, 2010, (vol. CIII). (7)

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