4.25.2020

LA QUIEBRA DE LA RAZÓN JURÍDICA.

Ante tanta impotencia ciudadana, es propicio participar aún sea desde esa misma perspectiva, en un debate tan importante como el que ha surgido a propósito de los augurios de algunos constitucionalistas en torno a la imposibilidad de realizar los próximos comicios generales antes del 16 de agosto, dando al traste con el consiguiente proceso de juramentación.

Los “dioses del olimpo constitucional” han esgrimido varias propuestas para tratar de evitar, según ellos, el inminente “vacío de poder” con el que despertaríamos al día siguiente. De manera curiosa pero poco sorprendente dichas propuestas se complementan entre sí y se nota una articulación integral como si se tratara de una misma propuesta subdividida en donde los vasos comunicantes pro peledeístas abundan.

Sin detenernos en los principios de interpretación constitucional utilizados por los especialistas, a saber: el de eficacia integradora, el de concordancia práctica o método teleológico, el literal, etc. deberíamos como “ciudadanos  políticos” que somos todos, involucrarnos más allá de las “soluciones constitucionales” y reflexionar sobre lo que serían las diversas consecuencias que se derivarían de la puesta en ejecución de ese pesimista andamiaje interpretativo.

Y es que han sido ellos mismos, “los saberes autorizados constitucionales”, quienes coinciden en que dichas soluciones estarían supeditadas a un previo e infaltable entendimiento político entre las “fuerzas vivas” de la nación.

Entonces, una vez vista la innegable connotación política del incierto escenario formulado y sin olvidar que hay una “sociedad abierta de intérpretes” (Haberle), es justo entonces insistir con nuestra intervención y dejarnos escuchar desde una pequeña grada no especializada.

Hemos identificado algunas corrientes del constitucionalismo moderno dominicano, a saber: el constitucionalismo conservador por excelencia, el constitucionalismo “Pret a porter”, el constitucionalismo abiertamente oficialista, el constitucionalismo verborreico, el constitucionalismo con síndrome gurú, el constitucionalismo de mariquita con trazas de liberalismo alocado, etc.

Todas estas corrientes confluyen para enriquecer nuestra doctrina constitucional y, obviamente, para “legitimar” a través del tiempo las innúmeras decisiones jurídicas del régimen peledeísta.

El constitucionalismo dominicano jerarquizado, bajo los (des)gobiernos del PLD, engrampa su doctrina “ideológicamente” a la manera de una resignación cínica de esa “aceptación constitucional” que bien pudo haberse consolidado en los escarceos judiciales que Loma Miranda suscitara hace ya algunos años y que obligara, por ejemplo, a Eduardo Jorge Prats a regalarnos esa pieza de adoctrinamiento constitucional titulada La razón constitucional  https://acento.com.do/2014/opinion/8178847-la-razon-constitucional/

Logrado ese entendimiento, surge ahora “la razón propiamente peledeísta de la Constitución”. No habría otra manera de designar estos aprestos que surgen desaforadamente con el único fin de otorgar, a la luz de supuestas lecturas del texto fundamental, ganancia de causa al oficialismo.

Penosamente el constitucionalismo moderno dominicano en su capa superior se ha convertido en un laboratorio imprescindible para entender el desastre interpretativo ideológico y en su lugar colocar todo un mercado de ofertas acomodaticias de nuestra carta magna no ya al mejor postor sino al poder político, entiéndase al PLD o, más propiamente dicho, al danilismo.

El escenario o los escenarios sugeridos no son poco probables sino muy fantasiosos. Ni siquiera nuestra inmadurez político-partidaria más palpable  permitiría un colapso estatal como el que se figura ante tal hipótesis. Y ni hablar de aguardar a los días iniciales de agosto sin haber, para bien o para mal, negociado una salida conjunta. Es absurdo y muy risible pensar en un cruzamiento de brazos generalizado y absoluto ante la oscuridad que se cerniría sobre nosotros.

No estamos para proponer (constitucionalmente) pero si abogamos por un entendimiento político, primero, que nos coloque a la altura de las circunstancias en donde impere la sensatez, la cordura y la flexibilidad que se contrapongan a los desgastados y nefastos “consensos” y “pactos” y, segundo, que se cierren todas las vías constitucionales o no para que haya una prolongación de las actuales autoridades ejecutivas; no debe haber espacio para lo que es un imposible social, para lo que traería más intranquilidad y desasosiego y para lo que sería, finalmente una derrota moral y democrática del pueblo dominicano.

2.15.2017

EL DESGLOSE ÉTICO DE UN ACUERDO DESCONOCIDO

Todo acuerdo arribado entre las partes es un logro humano. Un triunfo de la civilización ante las rigideces que engrosan actitudes intolerantes y poco sensatas.

Un acuerdo, generalmente, provee satisfacciones reciprocas por los alcances y las renuncias del mismo.

También se aplaude la conveniencia de acordar, de haber pactado, de que el acuerdo, a fin de cuentas, haya sobrevenido.

Pero la conveniencia de un acuerdo, sea cual que sea, no es una condición intrínseca del mismo. La conveniencia de un acuerdo es subjetiva y muchas veces antojadiza.

En nuestro sistema jurídico penal el acuerdo es válido y legalmente establecido más no siempre legítimo. Lo convenido bajo la sombrilla del criterio de oportunidad y la suspensión condicional del procedimiento desdice muchas veces de la verdadera voluntad de justicia por parte de un Ministerio Público cada vez más politizado.

El descaro intelectual que asesora el Acuerdo con ODEBRECHT nos pretende vender dicho arreglo como algo histórico, sin parangón, con unos beneficios que jamás habríamos obtenido fuera de un convenio de ese tipo. Pero ese mismo malabarismo teórico también desdibuja el sustrato del acuerdo mismo cuando calla el apellido de toda esta estratagema. Inmunidad, una prima lejana de la impunidad que nos arropa y carcome.

A eso se reduce la negociación, a dinero sucio por inmunidad. Si no fuera así cómo explicaríamos que a pocos días de una demostración cívica monumental en contra de la corrupción y la impunidad en donde precisamente exigiéramos acciones penales concretas, definitivas, éticas  el procurador nos dijera que preferiría un acuerdo de inmunidad con quien ha defraudado a varios países de la región a un sometimiento judicial digno, conveniente y ejemplarizante del que no cupiera duda alguna de su voluntad política.

La legitimidad del Acuerdo de inmunidad con ODEBRECHT no está en entredicho porque sencillamente no puede estar en entredicho algo que no se tiene, algo que no se ha tenido nunca.

La idoneidad ética del procurador tampoco está en entredicho y huelga decir las razones.

Debemos cuestionar toda factibilidad del Acuerdo de inmunidad con ODEBRECHT porque nuestras pretensiones sociales como sujeto de derechos van más allá de meros arreglos económicos.

Que en esta oportunidad rompamos con esa rutinaria evolución jurídica y el Derecho no quede a la zaga, como siempre, de los cambios sociales.


7.06.2016

“¡COMPROMETIDA ES LA SITUACIÓN, JUGUEMOS EL TODO POR EL TODO; MARCHEMOS, PUES!” (1)

“La Bandera fue tu culto, la Bandera fue tu altar,
y dijiste: «Cuando vaya para siempre a descansar,
que ella envuelva mi cadáver». Y moriste con honor,
en los brazos siempre abiertos de la enseña tricolor”(2)

Manosear gran parte del epistolario de Matías Ramón Mella y Castillo, publicado en conjunto por última vez a propósito del centenario de su muerte, en 1964, adquiere una renovada pertinencia, ahora celebrando los doscientos años de su nacimiento, para reencontrarnos con el hombre del trabucazo nocturno de aquel glorioso y memorable martes  27 de febrero de 1844. Es por igual una estupenda oportunidad para elevar nuestra condición patriótica y acusar un sano y moderado nacionalismo en momentos tan propicios.

No obstante haber transcurrido algunos  meses del día exacto de su natalicio (25 de febrero) la magna cifra alcanzada en el año que discurre provoca, necesariamente, generar una mirada ponderativo-generacional de su figura y trayectoria  en cualquier instante del mismo.

De allí proviene también la consiguiente convicción de la necesaria consideración de su accionar como legado patrio, sabiendo de antemano que para hacerlo no bastaría una lógica formal ni una razón pura. Precisaría, más bien, de una lógica más radical todavía que la lógica basada en una cosmovisión esencialmente histórica.

Celebrar dos siglos o lo que es lo mismo, doscientos años es siempre una legítima razón para revalorar el trayecto social de los acontecimientos históricos y reestudiar las improntas personales implicadas en los mismos.

Es por ello, entonces, que hemos querido una vez más acercarnos a ese almacén de la memoria colectiva que es la historia dominicana, lo cual haremos a seguidas, no sin antes realizar algunas precisiones importantes para entender como redefiniendo el hito ahistórico de los Padres de la Patria es posible una completa reivindicación de Ramón Mella en un justísimo procerato.

Desde siempre la “inmortal” tríada de los Padres de la Patria nos ha parecido una señora absurdidad, un oportunismo más y una jugada política aviesa. Con explicaciones risibles carentes de las más mínimas justificaciones.

¡Cosas de Lilís!, la frase homónima que titula aquel opúsculo de Víctor M. de Castro, nos permite figurar con claridad el involucramiento de éste en lo que ha sido denominado, acertadamente, como una “imposición tiránica” y una “maniobra clasista”.(3)

Ulises Heureaux (Lilís) oficializó mediante la  resolución No. 332 del once de abril de1894 la infundada y patriótica tríada para complacer salomónicamente a sus amigos Manuel De Jesús Galván, furibundo y obcecado santanista de la época, quien apelaría por Mella; y a Juan Francisco Sánchez, “uno de sus más destacados servidores”,(4) hijo del mártir de San Juan, Francisco del Rosario Sánchez .

No había pasado mucho tiempo de su incorporación cuando ya la tríada justificaba el avivamiento de ciertos antagonismos entre seguidores de la misma. Provocando los más encendidos debates en torno a la supremacía de uno y otro y ni hablar de las voces que sugerían un aumento de la membresía.

Y es así como esta tripleta inopinada luego de 122 años ha demostrado ser una simbiosis perversa. Una aberración nacional y una afilada punta de lanza de la distorsión histórica. Donde el griterío polémico maledicente se ha  impuesto como manifestación de lealtad.

En esa misma tesitura observamos como dentro del imaginario patriótico se vienen consignando diferentes pedestales para aquellos hombres, machos y masculinos que tuvieron la dicha y el honor de que el destino los confrontara con los designios primerizos de nuestra nación.

Tenemos por un lado a los trinitarios originarios, nueve dice el discurso duartiano que son; a los comunicados y febreristas por el otro, un grupo mucho más nutrido y heterogéneo pero no por ello menos importante a la causa por la independencia.

Podríamos pensar que dichas nomenclaturas tienen un carácter meramente cronológico, sin embargo la “ciudad letrada” y los “saberes históricos autorizados” lo que han hecho es erigir un sistema altamente jerarquizado e injusto, con enumeraciones antojadizas y muchas veces sesgadas.

Los acompañantes de Juan Pablo Duarte en el trio paterno de la nación, por ejemplo, no fueron trinitarios originarios aunque sí febreristas connotados con una trayectoria reluciente, cimera y bastante consecuente.

Pero ya hablemos sobre Mella que es quien interesa realmente por aquello de sus doscientos años cumplidos y poco festejados.

Matías Ramón Mella o Ramón Matías o también M. R. Mella y hasta Ramón Mella son formas, todas aceptadas, de nombrar a este corajudo hombre de febrero. Fueron todas éstas, maneras utilizadas por él mismo también para firmar innumerables documentos y cartas.

En este firme combatiente de cuyo indecible valor somos todos los dominicanos deudores eternos hallamos la “indómita intrepidez” que nos configura como pueblo ante ese temor que subyacía a la “Hora liberadora del Conde” para romper con la dejadez nacionalista y con ese inmovilismo que nos alejaba de concretar la sobrecogedora “Separación de la República Haytiana”.

El disparo de Mella o como lo describiese Galván en 1883: “Una fragorosa detonación de su pedreñal (…) (5) es el punto de inflexión independentista definitivo. Es la pulsión que desdice de la inacción temerosa y la vacilación que cubría los pechos rajados por la duda y el descreimiento.

Así la determinante actitud asumida por el bienintencionado Mella nos legaría un ejemplo de acción visceral inquebrantable. Su también agudeza pragmática se pondría igualmente de manifiesto con reiteración vertiginosa en los demás roles que le tocara jugar sin más soporte solido que la palabra.

Ramón Matías Mella quizá sea la respuesta a décadas de discordia y tronadas discursivas apologistas entre duartistas y sanchistas que insisten en protagonismos inmerecidos y poco prioritarios para una elevación sacrosanta de sus respectivos dioses.

Insistir con Mella como respuesta no es un contrasentido, no es intercambiar supuestos patricios en altares inalcanzables ni proseguir esa danza que tan solo bailan dos o tres historiadores con un lastre conservador muriente.

Duarte es el único y verdadero Padre de la Patria; Mella por su parte es un oportuno, elocuente y grandioso momento del que disfrutamos, como nación, para un relanzamiento adecuado del ejercicio nacionalista mesurado, patriótico y decente.

La proceridad de Mella es una cantera luminosa de apremiantes intentos logrados. Es la génesis polvorosa de nuestra dominicanidad y el coraje accionante contra la indecisión. Y es, por supuesto, un obligado referente del rico arrebato de la certeza.

Criticarlo al margen de su contextualización histórica sería fácil e injusto. Pero tampoco se trataría de, por ejemplo, justificar su pertenencia a gobiernos santanistas que no es lo mismo que hablar de un inexistente santanismo, sino más bien y de manera específica, adentrarnos en sus convicciones sociales y políticas, en una coyuntura totalmente distinta a la de Febrero de 1844, a través de un profuso intercambio epistolar desde Europa, ahora como Enviado Extraordinario. Un rol asumido eficientemente con un alto sentido de las funciones ejercidas que proyectaría  su estela como tal vez ningún otro.

Fueron ocho largos meses los que Mella estuvo tratando de buscar, primero, un protectorado y luego el reconocimiento puro y simple de la independencia dominicana fungiendo las veces como agente confidencial y agente consular.

Desempeñar esa controvertida misión diplomática con talante y vigor connaturales, no fue óbice para seguir mostrando una responsabilidad patriótica correspondiente con los valores cardinales que siempre justificaron su cercanía con Juan Pablo Duarte.  

¿Y de su ímpetu? Como no hablar del ímpetu tan característico del general, ese por el cual no pocos historiadores y publicistas le han descalificado. Precisamente es esa su virtud más acendrada y memorable. La vehemencia fulgurante de Mella es realmente pintoresca.

Veamos esta perla encontrándose en el país en 1856: “Yo, gobierno, cojo a Segovia, lo envuelvo en su bandera y lo expulso del país”. (Aquí se refería al cónsul español en Santo Domingo, Antonio María Segovia e Izquierdo, el de la funesta Matricula  de Segovia).

En Mella hubo también errores de manejo y algunos desaciertos políticos. Negarlo sería atentatorio al fin perseguido por este artículo. Pero sobredimensionar dichas faltas interpretando erróneamente su contexto situacional con meros distingos y simples menciones de funciones gubernamentales sería igualmente imperdonable y poco ético.

En la actualidad “analistas de la historia” han advertido algunas fallas a la configuración ideológica del prócer, fallas que podríamos aceptar en cuanto a su planteamiento más no en su fundamentación por estar las mismas sobrecargadas con alegatos para nada históricos. Ahora bien, estamos convencidos de que tanto errores, desaciertos y fallas son los menos.

La impronta heroica de un prócer debe medirse en los aspectos cualitativos iniciales y finales de su “todo vital” y Mella es un ejemplo señero de dicho argumento. Aducen algunos que no es como se inicie sino como se termine sin menoscabo del espacio entre los extremos. Creemos que el inicio deslumbrante y el fin sencillamente determinante de Matías Ramón Mella es muestra contundente de lo sostenido anteriormente.

La sola mención de la ya célebre Circular contentiva de Las Instrucciones Para La Guerra de Guerrillas, método a ser utilizado durante la Guerra Restauradora contra los españoles, nos pinta a un General en Jefe del Ejército del Sud en el cual no había espacio para las indefiniciones. Muy por el contrario ese convencimiento a ultranza manifestado por Mella fue vital para el despliegue estratégico y  bélico triunfante.

Es en el Mella restaurador que vemos la consagración definitiva de la proceridad aludida; he aquí a un Mella orgulloso, precavido y decidido a jugársela por la patria que él mismo ayudo a crear en 1844.

Leamos a este Mella que firma una proclama exactamente veinte años después de haber firmado otro documento (Manifiesto del 16 de enero de 1844), igualmente trascendente e histórico, con las mismas intenciones salvadoras, el 16 de enero de 1864: “(…) No es mi propósito excitaros a una inútil rebelión; pero sí es de mi deber como ciudadano libre, haceros comprender que la insurrección no es un crimen cuando ella ha llegado a ser el único medio para sacudir la opresión; pero sí es crimen no pequeño el indiferentismo que la sostiene y alimenta”.

DOMINICANOS: (…) La América debe pertenecerse a sí misma; (…) Si para convencer a la España de esta verdad no ha bastado el escarmiento de los campos de Carabobo, Boyacá y Junín, ni el Genio de Bolívar, aquí  está el sable de nuestros soldados y el clima de Santo Domingo”. (6)

Ahora observemos lo sostenido por Emiliano Tejera Penson (1841-1923), precursor de temas historiográficos dominicanos, sobre el desempeño de Mella durante la Restauración cuando en su Monumento a Duarte… dice: “(…) Mella, que en la tarde de su vida formuló en una circular memorable el plan de guerra que permitió a los dominicanos combatir con éxito en la Guerra de la Restauración”. (7)

La conclusión, poco menos que aplastante. Matías Ramón Mella y Castillo es verdaderamente un símbolo sin par en nuestros anales fundacionales. Con muchísimo más que una referencialidad histórico-militar oceánica su proceridad se yergue indetenible al olimpo de los próceres. A sus pies, sin embargo, yace toda una generación que lo desconoce como a muchos otros grandes hombres de nuestra historia. Es por ello que decididamente insistimos con la lectura y relectura que propende al sereno y desapasionado análisis  de nuestro pasado.

Quisiera finalizar parafraseando al historiador vegano Guido Despradel Batista (1909-1959), con un concepto de su peculio interpretativo sobre como se ha vuelto más que innecesaria la emergencia de supuestos errores pretéritos de Mella porque en ello lo que ha habido es, definitivamente, “un exceso de reflexión”.

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:

SERRA, J. María, Apuntes para la historia de los trinitarios, fundadores de la República Dominicana, Santo Domingo, Imprenta de García Hermanos, 1887. NOTA: Según Serra, estas fueron las  palabras dichas por Mella justo en el momento de hacer el glorioso disparo. (1)

JIMÉNEZ, Ramón Emilio, La Patria en la Canción, Barcelona, 1933. NOTA: Fragmento del poema titulado Ramón Mella. (2)

JIMÉNES-GRULLÓN,  Juan Isidro, El mito de los Padres de la Patria incluido El debate histórico, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2014, (vol. CCXIII). (3) y (4)

Homenaje a Mella, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1964, (vol. XVIII). (5) y (6)
TEJERA PENSON, Emiliano, Escritos Diversos, (Andrés Blanco Díaz, editor), Santo Domingo,  Archivo General de la Nación, 2010, (vol. CIII). (7)

5.11.2016

LOS SUPERMANES JURÍDICOS DE LA RD.

Existen tres o cuatros abogados (en realidad son más y no todos son abogados propiamente dicho) que se especializan en emitir opiniones técnicas inconsultas y que las mismas sean tomadas, en el acto, por verdades absolutas.

Pretenden ser la última línea de defensa (teórica) del gobierno y sus intereses. Los vengadores de la certeza. Siempre introducen sus pensares y posiciones dizque al margen de los debates coyunturales pero son fijaciones de sobrado cálculo para distorsionar la discusión misma.

Estos verdugos sociales se hacen pasar como independientes cuando en realidad sus haberes políticos están siendo cuestionados de cualquier forma en los debates que se suscitan en la sociedad de tiempo en tiempo. Son archienemigos de la concisión, la precisión y la propiedad en toda controversia porque lo suyo es la tergiversación de lo puntual. Desvirtuar con estrépito para dar al traste con esa parte específica y central en cuestiones realmente importantes.

Son tomados con regularidad por regios intelectuales jurídicos. Inatacables. Quién osa contrariar sus planteamientos es insolente y acusado burdamente de sedición.

Para constatar el avieso manejo de estos titanes del axioma, tan solo hay que observar como buscan influir en la opinión pública no con ideas que pasen a enriquecer el asunto sino todo lo contrario.

¿Qué hemos obtenido, entonces, de esta camarilla últimamente? Pues una bifurcación de la cuestión electoral.

Por ejemplo, la oposición responsable y diligente nunca habló para descartar y/o sustituir el voto electrónico y aunque en principio lo aceptara y aceptara su implementación no fue sino hasta que se dieron fallas en los simulacros que se comenzó a hablar de compaginar dicha modalidad con el antiguo y conocido sistema manual.

Tampoco se sostuvo que se dejara sin efecto el uso de los escáneres y que tan solo se contara de manera manual; todo sensato abogaba por la utilización de ambas formas en todos los niveles. Lo mejor de lo nuevo con lo mejor de lo viejo. Simple.

Pero lo que se buscaba y estos sofistas contribuyeron grandemente a ello, era que se pensara que la oposición conjunta o no intentaría desestabilizar el sistema electoral y desacreditar al órgano rector de las elecciones, la JCE.

Para coronar ese gran intento desinformador se criticó acremente a los partidos de oposición por adelantarse en los pasos de una exigencia conjunta y legitima ante la JCE para que la misma cumpliera con la ley más allá de todo acuerdo previo y pendiente de perfeccionamiento. Se adujo que dichos partidos carecían de calidad para la exigencia por múltiples razones pero la más ridícula vino a ser la de que no pudieran haberse puesto de acuerdo para confluir unidos en las elecciones venideras. Como si lo anterior tuviese relación con acoplar propuestas políticas disimiles.

Yo me pregunto, concluyendo, si en verdad esta gente supone (y que nosotros lo creamos) que realiza un ejercicio ponderativo cuando realmente lo que hace es una defensa predeterminada y pagada.








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5.06.2016

LA SIMULACIÓN COMO ARGUCIA POLÍTICO-PARTIDARIA.

En casi cuatro años de gestión gubernamental Danilo Medina ha dejado claramente establecido no solo su parquísimo estilo de conducción presidencial sino también su determinación, sin miramiento moral alguno, para cumplir con sus más íntimos deseos políticos.

El presidente ha cifrado su diferenciación de estilo mas no su éxito en una clara y mesurada administración expositiva de la figura presidencial resguardando hasta el límite de lo pertinente la vertiente comunicativa de su investidura.

El presidente es huidizo sin llegar a la timidez infantil, aunque tampoco rehúye encuentros sociales ni políticos o empresariales de alta camaradería  en donde no sean necesario ni el pulpito ni el amplificador porque entonces sí, si los evitaría.

Del primer mandatario siempre se ha dicho que es “el que domina las estructuras partidarias”, “el gran conocedor de las bases peledeístas”, “el armador de las estrategias del partido”, “el articulador de los grandes acuerdos”, en fin, un verdadero timonel político del sistema.

El punto es que todo eso y más se “bate y se muele” en el sustrato cenagoso de la política partidaria, la simulación, esa prostituta prima de la mentira y en cuya familia, la indecencia, no hay espacio mínimo para el manejo ético de “la ciencia más pura”.

La simulación es parte intrínseca del PLD en donde el leonelismo la institucionalizó con los ribetes propios de la tendencia que encabezó las siglas durante tanto tiempo. Hablar de un envilecimiento de los principios básicos del partido es como quedarnos en la puerta de entrada de un gran salón.

Ciertamente el presidente Medina no posee la lucidez maquiavélica de un LF pero su vistosa capacidad simuladora le ha permitido readecuar y estructurar toda una factoría de asesores para lograr su cometido político ulterior, la perpetuación en el poder más allá de las limitaciones constitucionales.

Dicho cometido fue consumado en la plataforma idónea por antonomasia en nuestro país, la magna obra simuladora de este gobierno, una furtiva, rapidísima e ilegítima reforma constitucional. Sin embargo con la entelequia reformadora no concluía la acción simuladora desde el poder ya que la engañifa danilista seguiría pariendo imposturas.

Las Visitas Sorpresas, por ejemplo, son otra gran muestra de esa simulación sin contemplaciones que ha desplegado el danilismo. Con necedad se insiste en “sacar” del palacio al presidente e igualarlo a un campesinado no solo olvidado y maltratado por antiguas administraciones sino también instrumentalizado ahora por las intenciones malsanas de un grupo que solo piensa en retener el poder cueste lo que cueste.

El danilismo, de esa manera entonces, se ha convertido en tan poco tiempo en referencia inevitable de la enajenación política como arma para alcanzar el poder, primero, y retenerlo, después.

El PLD actual es como un manto negro gigantesco que cubre y carcome toda institucionalidad posible y necesaria. Es también ese espectro abismal que no permite la más mínima disidencia sin pretender descalificar, por medio de terceros asalariados, a los que no estamos de acuerdo con la dirección que orienta nuestro rumbo.

Algunas veces sostuve que el PLD representaba la aniquilación cultural de la nación pero he entendido que dicho partido es más que eso: es un compendio inacabable para historiar la vida de los marginados en los últimos veinte años.


11.17.2015

“DISIPAD LAS CONJURACIONES CON LA OPINIÓN. LA IDEA ES EL ARMA MÁS EFICAZ”

                                          
Entre los dos retratos más conocidos de don Ulises Francisco Espaillat, uno por el Dr. Arturo Grullón y el otro por Luis Desangles (Sisito), admito que favorezco el trazado por este último. Lo considero la vera efigies del gran civilista dominicano.

Observar por unos instantes esta admirable faz es adentrarse en lo regio de la figura histórica que descollara con una altura moral pocas veces vista en nuestro país. Sin más es la cara de un intelectual, político, restaurador y conocedor cabal de la realidad social en la que le tocó vivir. ¿Abrumado? ¿Preocupado? ¿Resignado? Vaya usted a saber!

                  Fragmento con acercamiento del dibujo de Luis Desangles (Sisito).

Ambos dibujos, para más señas, están contenidos en las páginas iniciales de aquella lujosa y bellísima edición de sus “ESCRITOS”, publicada en 1987, bajo el auspicio y esmero de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos.

Paso ahora a explicar, antes de proseguir, las razones que me han motivado a escribir sobre la figura y legado de don Ulises Francisco Espaillat. En el año 2014 fue puesta en circulación una obra reivindicativa sobre la funesta y nauseabunda figura de Buenaventura Báez, escrita por un supuesto y siniestro descendiente de este último. En dicha obra, laureada posteriormente con el máximo galardón literario de la Feria Internacional del Libro 2015, se logra articular uno de los intentos difamatorios más sagaces de los últimos tiempos en perjuicio de la impronta del ilustre mocano nacido en Santiago.

Como parte de la estrategia propagandística y promocional de la obra, en procura del premio ferial, los editores de la reciente biografía del “Caudillo del Sur” hicieron publicar extractos del libro en periódicos y suplementos siendo uno de esos extractos demasiado ofensivo y petulante contra Espaillat, tildándolo hasta de afeminado con un sentido altamente peyorativo.

Quedé muy indignado al terminar de leer esas injurias e interpretaciones falaces en las que incurrió el intrigante que solo pensé en responder tal afrenta de la misma manera, escribiendo. Pasado el tiempo otros articulistas se adhirieron a la intentona de desmeritar al prócer y ya no solo pensaba en escribir sino en imponerme como tarea de estudio una relectura sobre Espaillat.

Ulises Francisco Espaillat y Quiñones nace el 9 de febrero, domingo para ser honrosamente exactos, de 1823. En principio fue conocido bajo el apelativo de Pedro Ulises, con énfasis en el primer nombre que era el mismo del padre. Y posteriormente pasaría a ser reconocido como Ulises Francisco, honrando con este segundo nombre a su abuelo paterno, Francisco Espaillat Virol, el tronco francés que emigra en el siglo XVIII a la parte este del país.

Espaillat  nace en un Santiago de los Caballeros virgen y aldeano, definitivo y campestre entre poquísimas y exiguas callejuelas que ya configuraban con tesón esa fisonomía terca, pujante y trabajadora de los cibaeños, esa gente buena del norte de la pronta República.

Don Ulises en una primera etapa de su adultez, poco antes de sufrir los azares políticos, ejerce la medicina práctica pragmáticamente combinándola con la tenencia de una botica, aún vigente, en asociación con su padre. No pudiendo sustraerse de los que fueron sus orígenes comerciales realiza paralelamente actividades de este tipo entrando en la destilación de aguardiente y hasta un alambique poseyó antes de venderlo finalmente a un prestante ciudadano de la comarca.

Rápidamente llegan las funciones públicas, para terminar padeciendo todos los consabidos rigores de la política vernácula de finales del siglo XIX. Pero aun así no rehúye los compromisos asumidos ni los auxilios solicitados y siempre se muestra dispuesto a servir a su patria.

Su trayectoria fue integral y amplia: dos diputaciones, una de ellas, la primera, representando a Santiago, durante el Congreso Revisor Constituyente (como tribuno) que votó la primera Constitución liberal de la Republica, en febrero de 1854 para la que también siendo designado posteriormente sirvió como redactor de la misma. Llegaría a ser también secretario y vicepresidente del Congreso, cargos a los que accedería luego de asumir su segunda diputación durante el Congreso Constituyente de Moca en 1857, esta última también por Santiago.

Fue Interventor de Aduanas en Puerto Plata, Ministro de Relaciones Exteriores del Primer Gobierno Restaurador, Vicepresidente del mismo gobierno, General de Brigada y finalmente la cúspide del servicio público, Presidente de la República, por la absoluta mayoría de más de 24,000 votos”. (Periódico El Nacional, de Santo Domingo, 15 de abril de 1876) SANG BEN, Mu-Kien Adriana, Una Utopía Inconclusa, Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX, Santo Domingo, Colección Pensamiento Dominicano Julio Postigo, in memoriam, Editora Nacional, 2013.

Ha sido curioso y paradigmático, y aquí abro un paréntesis, redescubrir las similitudes entre los experimentos presidencialistas de Espaillat, siglo XIX, y de Bosch, siglo XX. La cortedad de sus gestiones, los valores profesados con el ejemplo personal lo cual nos ilustra un criterio moral sin igual en los depuestos gobernantes, las constituciones modernas y de avanzada de que se sirvieron, el imbatible ambiente conspirativo para dar al traste con sus gobiernos y el nefasto y presuroso naufragio de sus proyectos nacionales.

La de Espaillat fue una mini presidencia, ocupó el cargo desde el día 29 de abril de 1876 hasta el 5 de octubre del mismo año. Ese día, perseguido, agobiado y desesperanzado presenta renuncia y de inmediato se asila en el Consulado de Francia. Nada menos que cinco meses y seis días después de haber prestado el juramento correspondiente a tan alta investidura.

Es mucha la tinta derramada para tratar de explicar los desaciertos e infortunios que tuvo que sortear la presidencia de Espaillat para no llegar al colapso rotundo y las razones del fracaso más allá de la asonada bravucona se ocupan de casi todas las vertientes posibles; sin embargo es de rigor seguir apelando a la impresionante rectitud moral mostrada por el ciudadano modélico que fue Espaillat cuando después de todo decide apartarse y desearle lo mejor al de facto sucesor.

Pero quizás la explicación fundamental para poder entender ese histórico desaprovechamiento por parte del pueblo dominicano de lo que encarnó Espaillat como un verdadero Proyecto Nacional Progresista nos la da un confidente suyo, el venezolano Santiago Ponce de León, él nos dice que:

“Ese gobierno así constituido, y presidido por Espaillat, debía ser para todos los dominicanos prenda de paz, y segura fianza de una buena administración. Pero el genio del mal debía frustrar tantas esperanzas, e impedir la realización de muchos y buenos proyectos que habrían podido cambiar la faz del país. (…) Una revolución que no fue patriótica ni pudo ser legitima, (…) y debemos manifestar que una de las causas que dio pábulo a la revolución fue la supresión de las gratificaciones”.  Ibíd.

No es propósito de este artículo recapitular lo que ha significado la figura de Ulises Francisco Espaillat para el liberalismo histórico dominicano, más bien pretendemos repasar, con fugaz mirada, en su trayectoria y valía personal todo cuanto aclare el panorama incoloro y petulante lleno de ingratitud y desdén que propicia un sector fascista que se entretiene con enlodar reputaciones históricas y ejemplares como una forma de pulverizar las brújulas morales y éticas que tanto necesita este país.

Como dato imperecedero y muestra fehaciente de la himalayesca diferencia que distancia a don Ulises Francisco Espaillat de Buenaventura Báez, obsérvense los resultados electorales, citados por Roberto Cassá, contabilizados el día 18 de abril de 1876, en donde el primero, de un total de 26,410 votos depositados, obtuvo 24,329 votos (es decir el 92 %), mientras el segundo en el mismo torneo electoral alcanzó tan solo diez (10) míseros votos.

Aquí es muy importante destacar, no obstante esos resultados, lo que en tan solo dos años llegó a ser uno de los procesos de construcción de consenso y unificación de criterio popular más sensatos y aglutinador que se haya dado en nuestra historia. Y es que Espaillat, en 1874, durante los primeros comicios, luego del “Gobierno (¿o dictadura?) de los Seis Años” de Báez presentándose como candidato tan solo logra obtener noventa y tres (93) votos. Es innegable, entonces, el favor popular alcanzado transcurridos, solamente veinticuatro meses, gracias al apoyo masivo y decidido que concitó su candidatura con respaldos diversos y manifiestos, de gran calado social, y una aceptación mayoritaria absoluta nunca antes experimentada en la todavía muy joven sociedad dominicana.

De igual modo es pertinente recordar lo dicho por J. Alfonso Lockward en su opúsculo sobre don Ulises, en torno a una frase de Buenaventura Báez: “El Ozama piensa, el Cibao trabaja” y de cómo el pretendido “axioma baecista” ha quedado “triturado”, demolido y olvidado por la existencia misma de un pensador irrepetible como Ulises Francisco Espaillat, cuyas lecciones legadas, a más de ciento treinta años de su muerte, son hoy por hoy de las mejores ideas sociales en las que pueblo alguno, con sed de justicia y progreso, podría abrevar con certeza. 


La admiración hacia Espaillat no solo es actual y vigente, sino que también entre sus coetáneos gozó de muchísima estima y alta valoración. Gregorio Luperón, quien también ha sido víctima de las mismas intenciones malsanas y difamatorias, describe sus escritos como “el catecismo político”. De igual modo es el mismo Luperón que sostiene, fuera de toda duda, que Espaillat habría fungido como “El Mentor de la Restauración”. Y las cualidades de “inflexible, previsor, admirable por su sangre fría, organizado y dirigente y diligente” las sabremos posteriormente por cuenta del propio puertoplateño y líder de los azules.

De las facetas poco conocidas de Espaillat encontramos algunas que son de capital importancia por lo que su auspicio le retribuye a los pueblos en donde se manifiestan. Vemos, en primer lugar, el cooperativismo. Fue de los pioneros en abogar por dicha implementación en la forma de cajas de ahorro y créditos alcanzables en condiciones blandas, por eso y más, es en mi opinión, un verdadero precursor del cooperativismo dominicano; Otro gran aspecto que lo hace acreedor de las más altas estimas por parte del constitucionalismo dominicano lo constituye no solo el haber participado cercana y directamente en las iniciales labores de conformación de la Ley Sustantiva de la nación sino también la constante preocupación que mantuvo en torno al fiel cumplimiento y defensa de la Carta Magna por parte de todos los dominicanos. Alcanzar ese sagrado anhelo fue posible, primero, presidiendo en Santiago “La Junta Constitucional”, creada expresamente para defender la Constitución de Moca. Y años después, al fragor de su candidatura ganadora no olvidó su compromiso constitucional y firma un acta relativa a la creación de una “Junta Constitucional Ejecutiva” para la observancia de la Constitución en toda la República.

Las mentes brillantes y juiciosas en materia de escritura histórica, esas cabezas lúcidas, prudentes y bien intencionadas de la interpretación historiográfica dominicana están contestes de la posición cimera que, inexorablemente debe de ocupar este patricio. Veamos entonces como lo describen, en poquísimas, nobles y certeras palabras, primero, Roberto Cassá:

“Cumbre cultural y moral de los dominicanos y la conciencia más preclara de su época”.

Y ahora Mu-kien A. Sang Ben:

“(…) A pesar de la temporalidad y de las críticas que puedan formularse a muchos de sus planteamientos, la preocupación constante de Espaillat, su máximo ideal, de buscar caminos para enrumbar su patria amada hacia el verdadero bienestar colectivo, sigue siendo de una actualidad indiscutible”.

“Espaillat fue, es y será siempre una fuente inagotable de reserva moral, un verdadero símbolo de pureza en el ejercicio de la política y un auténtico paradigma para instar a los políticos a que conviertan su quehacer cotidiano en un monumento a la ética política. SANG BEN. Op. cit. 

Resultaría, pues, innecesario seguir tratando de blindar su estela, su legado, su ejemplo raigal contra los ataques insignificantes y sórdidos, provenientes de escritores ominosos y malhadados cuando se han escuchado las opiniones precitadas.

Ulises Francisco Espaillat falleció, tristemente a destiempo, a los 55 años, víctima de una difteria. La conmoción de su muerte provocó que se decretaran 9 días de Duelo Nacional con exequias en todo el país. La fatídica hora arribó el 21 de abril de 1878.

El historiador Campillo Pérez recordó lo terrible del deceso y de cómo el mismo caló tan profundamente que hasta nuestra diosa mayor, la poetisa Salomé Ureña de Henríquez, tuvo a bien poetizar los siguientes versos (fragmento) para la inmortalidad de este prohombre:
  
            ¡Oh Patria sin ventura!                                                                                ¡Cómo sucumben los que el pecho fuerte!
           ¡Supieron con bravura exponer en defensa de tu suerte!
           ¡Cómo sucumbe el adalid preclaro
           que a restaurar tus fueros
           en tus horas de triste desamparo!
           a salvarte voló con los primeros!
  
NOTA: El título remite a una frase epistolar contenida en sus ESCRITOS.

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
LOCKWARD, J. Alfonso, Recordando a Espaillat, Santo Domingo, Editorial Universidad CETEC, 1982.

CAMPILLO PÉREZ, Julio Genero, Ulises Francisco Espaillat. Apóstol de la Democracia, Santo Domingo, Editora Lotería Nacional, 1985.

CASSÁ, Roberto, Dominicanos de Pensamiento Liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps, Siglo XIX, Santo Domingo, Colección Juvenil Vol. III, Archivo General de la Nación, 2009.

SANG, Mu-Kien Adriana, Una Utopía Inconclusa, Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX, Santo Domingo, Colección Pensamiento Dominicano Julio Postigo, in memoriam, Editora Nacional, 2013.

8.17.2015

“LAS TROPAS NO DOMINAN MÁS QUE EL TERRENO QUE PISAN”

Siempre me ha gustado aprovechar las efemérides patrias para reforzar su conocimiento con hondura y dar con un pretexto pertinente para releer material histórico que busca justificar su presencia, más allá de una primera lectura, en los tramos bibliográficos.

Y es por ello que leyendo y consultando entre libros, conferencias, cartas y artículos sobre la Guerra de la Restauración, me he topado, quizá sin querer, con un tesoro de datos y opiniones personales por parte de algunos combatientes españoles. Quienes partiendo de una desigualdad bélica notoria, se creyeron tajantemente vencedores de dicho enfrentamiento.

Ha sido muy interesante y poco sorprendente apreciar como la historiografía tradicional con todo y su dilatada andadura interpretativa soslaya o infravalora parte de esas declaraciones españolas, contenidas en cartas y testimonios fiables y de sobrado crédito. Me refiero, por ejemplo, a los testimonios del último capitán general, gobernador y general en jefe del Ejército Español, José de la Gándara y Navarro (1) así como también del capitán Ramón González Tablas (2). Estos altos oficiales consignaron sus experiencias por escrito en voluminosas obras, publicadas poco antes de sus respectivas muertes.

Existen también dos cartas de autores desconocidos, dadas a conocer, primero, por Emilio Rodríguez Demorizi  y compiladas posteriormente por otro Emilio ahora Cordero Michel; la primera de estas cartas apareció publicada, por primera vez, en el periódico La España, en Madrid, el 20 de noviembre de 1863 (3); mientras la segunda misiva fuera publicada en el órgano del mismísimo Gobierno Restaurador, Boletín Oficial no. 11, del 11 de julio de 1864 (4), habiendo sido, tal vez,  requisada por dicho gobierno.

Pero hay más. Una opinión, no menos importante, “de una persona entendidísima”, publicada como carta (anónima) en el periódico El Contemporáneo, en Madrid, el 26 de abril de 1864 (5).

Estas cartas son reveladoras en demasía porque ofrecen una mirada distinta de algunos factores que, siguiendo a los españoles, fueron determinantes durante las campañas militares que se siguieron ya en la parte final de la contienda. En las mismas se puede observar el desconcierto que sienten éstos con las condiciones imperantes y adversas del campo de batalla: “Esta tiene mala cara”, (la guerra).

De la Gándara y Navarro cuya obra sobre la Guerra en Santo Domingo fuera publicada en dos tomos estuvo entre nosotros poco menos de 500 días (arribó el 31 de marzo de 1864 y tuvo que partir el 11 de julio de1865 con el resto de los derrotados) y durante ese periodo se forjó la siguiente conclusión:

“(…) La guerra que aquí se hace, y que es necesario hacer, está fuera de todas las reglas conocidas; el enemigo, que encuentra facilidades en todos los que son obstáculos para nosotros, los explota con la habilidad y acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho años de guerra constante con Haití”.

Si las cartas y los testimonios son leídos sin el debido miramiento contextual pueden muy fácilmente pasar por ofensivos, denigrantes y humillantes para el pueblo dominicano; pero con cierta serenidad podemos notar abundante información sociológica, si se quiere, sobre los dominicanos que libraron esa histórica Guerra de la Restauración. Sabido es que el grueso de los hombres que pasó a formar parte del ejército triunfador provenía de los campos, a veces de los más apartados y recónditos del país.

Algunos insurgentes y combatientes dominicanos se adjudicaron el denominativo de “mambises”. Su origen no está claro pero todo apunta a un personaje de principios del siglo XIX llamado Juan Mambí, un destacado activo de las tropas auxiliares. Esto último lo refiere Roberto Cassá.

A los “mambises”, que fueron considerados diestros portadores de armas blancas como el machete, los españoles les reconocieron arrojo, coraje y un desprendimiento excesivo, tildándolos de “cínicos salvajes revolucionarios” que a veces, aunque “vive con un plátano” era innegable su “soltura revolucionaria”.

Para los españoles estos grandes hombres eran de “gran resistencia corporal”… Y eran también “agiles y sagaces como los indios”, y poseyeron  “gran conocimiento de las localidades”. Ventajas extraordinarias hasta para un “pueblo primitivo que saca sus fuerzas de su propia debilidad”.

Lo que queda muy claro es que el insurgente dominicano o el “hombre campestre y primitivo” infundió gran desasosiego, inquietud y desvelo al soldado español porque “detrás de cada árbol hay un fusil que vomita la muerte”.

El asedio al que fueron sometidas las tropas invasoras era desesperante y angustioso. Para muestra un botón: “aquí solo se piensa en morir”; “aquí no se bate, lo que se hace es morir”; “El diablo me lleve, si yo le veo término a esto. Estos malditos no se les ve nunca”; o esta otra aún mejor: “en Santo Domingo se pelea con enemigos invisibles y se persigue á fantasmas”.

El capitán Ramón González Tablas, por ejemplo, consigna que varios jefes y oficiales actuantes durante la Guerra “no consiguieron jamás ver a un enemigo”.

¡Quién! les hubiera dicho a los regios enlistados de la Corona española que esta sería una campaña tan infernal para ellos, y que una exigua cantidad de hombres “campestres y primitivos”, al otro lado del mundo, los irían emboscando decididamente, aplicando casi por el libro una verdadera guerra de guerrillas, al estilo caribeño, para terminar siendo: “victima segura de su machete”.

Veamos ahora lo realmente importante en las cartas y los testimonios. Se trata, pues, de una reivindicación del suelo, del terreno como factor importantísimo en la consecución de la victoria dominicana durante la lucha restauradora.

Las cartas y los testimonios de referencia muestran fehacientemente cuan determinante fue nuestro suelo no solo por sus condiciones físicas y accidentada configuración sino también por toda la irregularidad con la que se iba encontrando el soldado ibérico. Lo terrible que terminó siendo todo ello para los invasores europeos solo es comparable con lo sufrido por los franceses, bajo Napoleón, en la Rusia de principios del siglo XIX.

Hay descripciones geográficas muy pintorescas, ingeniosas y atinadas: “País tan vasto, cortado por todas direcciones de montañas y desfiladeros”“Todo el país es un desfiladero”, o esta otra “aquí no vale el valor ni nada, porque nos batimos con los arboles”.

En las misivas analizadas hay un criterio común, una idea muy clara y es que, los suscribientes, nunca dejaron de constatar la inmensidad territorial que, abrumando sus ojos, cubría de “espesos bosques” y “grandes barrancos”, y que solo la naturaleza “poderosamente” habría de producir “en estos feraces terrenos”.

La soldadesca escribiente también nos legó una serie de estampas que a todo dominicano que ama su tierra le haría suspirar por esa virginidad medio ambiental que ya solo existe en los anales de nuestra memoria:

“Espesas ramas” y “altas lomas” combinadas con un vasto escenario de “empinadas cumbres” e “infinitos ríos y torrentes”.

Todo cuanto veían estando en comarcas, veredas, parajes, trochas, simples caminos recién abiertos o “caminos que no son caminos o inexistentes como tal” los haría caer en la cuenta una y otra vez de los insuperables “accidentes físicos” que conformaban un abismo de “bosques impenetrables hasta para la vista del viajero”.

Es de antología la anécdota del paraje El Sillón de la Viuda, en donde se señala la estrechez del camino debido a la frondosidad circundante. Esta angostura fue un obstáculo insuperable para quien nos cuenta el episodio.

El capitán Ramón González Tablas, mencionado anteriormente, quien vino al país desde Cuba en el Batallón de Ingenieros y comandó posteriormente el Regimiento de Nápoles. Publicó una obra en 1870 de donde han sido extraídas algunas observaciones interesantes:

“(…) La isla de Santo Domingo es un terreno áspero, salpicado de montes unidos entre sí por pequeñas cordilleras… lo espeso del arbolado, unido al entrelazamiento de los bejucos y enredaderas, no dejan al que traza una vía otro horizonte que el circunscrito a veinte metros de radio”.

González Tablas continúa enriqueciendo su reseña endilgándole a los bosques dominicanos una: “continuidad de portentosa frondosidad con altísimas paredes de follaje”.

El discurso histórico siempre ha buscado héroes de carne y hueso con nombres y apellidos; y por ello se tiende a caer en interminables controversias y debates para asignar roles protagónicos en las gloriosas disputas, combates y pugnas que adornan nuestro acervo histórico-militar y cultural. Es algo vanidoso pero también muy humano y entendible. Por lo que hablar de una reivindicación del suelo como aliado y ventaja estratégica en una guerra, siempre pasará a planos secundarios.

No sé qué les viene a la mente cuando escuchan la expresión “suelo patrio”, pero a mí, a partir de esta relectura epistolar y testimonial, me deja un sabor orgulloso a tierra, a ese terruño rebelde de mi isla, a esa arcilla luchadora y a una verdadera aliada en la Guerra de la Restauración.

Me aparto aquí del pasado histórico y caigo en el desalentador presente y pienso en las nuevas generaciones o en las actuales en cuanto al poder decisorio que ostentan, para apelar a un llamamiento a la conciencia insular y despertar del letargo irresponsable el medular tema de la preservación medio ambiental.

Ojalá que ni la erosión, ni la deforestación, ni la desertización, o la tozuda sequía nos hagan olvidar la otrora espesura boscosa que sirvió de escenario a luchas cuyo propósito fundamental buscaba defender y preservar nuestro “Suelo Patrio”.  

NOTA: Las fichas bibliográficas han sido tomadas de Clío, año 82, no. 186, compiladas por Emilio Cordero Michel:
(1)       José de la Gándara y Navarro. Anexión y Guerra de Santo Domingo, tomo II. Madrid, Imprenta del Correo Militar, 1884. Existe 2da. edición facsimilar de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Barcelona, Gráficas Manuel Pareja, 1975 (Colección de Cultura Dominicana, vol. 9).
(2)       Ramón González Tablas. Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo. Madrid, Imprenta a cargo de Fernando Coo, 1870. Existe 2da. edición de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Barcelona, Gráficas Manuel Pareja, 1974. (Colección de Cultura Dominicana, vol. 6).
(3)       Publicada en el periódico La España, Madrid, 20 de noviembre de 1863. Reproducida por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Diarios de la Guerra Dominico-Española…, pp. 104-107.
(4)       Publicada en el órgano del Gobierno Restaurador, Boletín Oficial, no. 11, del 11 de julio de 1864. Reproducida por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Actos y Doctrina del Gobierno de la Restauración. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, pp.104-107 (Academia Dominicana de la Historia, Centenario de la Restauración de la República, vol. XV).
(5)       Publicado en el periódico El Contemporáneo, Madrid, 26 de abril de 1864. Reproducido por Emilio Rodríguez Demorizi (editor). Diarios de la Guerra Dominico-Española…, pp. 110-115.